Ombligo de la Luna

México, un país conocido por su rica historia, vibrante cultura y paisajes impresionantes, lleva un nombre con una historia tan cautivadora como la tierra misma. Aunque hoy en día la mayoría de las personas se refieren a él como “México”, los pueblos indígenas del país solían llamarlo “Ombligo de la Luna”. Este nombre intrigante refleja la conexión profundamente arraigada entre las civilizaciones antiguas de México y los cuerpos celestes que veneraban.

 

La antigua cosmología mesoamericana

Para entender por qué México fue llamado “Ombligo de la Luna”, primero debemos explorar la cosmología de las antiguas civilizaciones mesoamericanas. Estas culturas, incluidas los aztecas, los mayas y los olmecas, sentían una profunda fascinación por los cielos y creían que los cuerpos celestes ejercían una gran influencia sobre sus vidas cotidianas.

La luna, en particular, era una entidad celestial de gran importancia. Desempeñaba un papel crucial en los calendarios, rituales y creencias religiosas mesoamericanas. Los mesoamericanos creían que la luna era una manifestación de varias deidades y que sus ciclos contenían la clave para entender el mundo que los rodeaba.

Ombligo de la Luna: el origen del nombre

Se cree que el nombre “Ombligo de la Luna” fue utilizado por los aztecas, quienes dominaron gran parte de Mesoamérica antes de la llegada de los conquistadores españoles en el siglo XVI. Los aztecas tenían un sistema calendárico complejo, conocido como el tonalpohualli, que se basaba en los ciclos de la luna y del sol. Este sistema guiaba diversos aspectos de la vida azteca, incluyendo la agricultura, las festividades y las ceremonias religiosas.

Los aztecas veían su ciudad capital, Tenochtitlán (la actual Ciudad de México), como el centro del universo, el lugar donde el mundo humano y el mundo divino se intersectaban. En su cosmología, la ciudad estaba situada en una isla en medio de un gran lago, y creían que este lago representaba el reflejo terrenal de los cielos.

El nombre “Ombligo de la Luna” probablemente surgió de esta creencia. Simboliza la idea de que Tenochtitlán, como capital del Imperio azteca, no solo era el centro de su mundo, sino también el punto donde el reino terrenal tocaba el celestial: el mismísimo ombligo de la luna.

 

Teoría paralela del Ombligo de la Luna

El nombre “Ombligo de la Luna”, que se traduce como “El ombligo de la Luna”, tiene su origen en los antiguos lagos que una vez ocuparon la Cuenca de México. Estos lagos tenían forma de conejo, similar a la silueta formada por las manchas lunares cuando se observa desde la Tierra. Dado que la gran ciudad de Tenochtitlán se encontraba en el centro de estos lagos, se ubicaba simbólicamente en el “ombligo” de la figura con forma de conejo de la luna.

Otra versión sobre el origen de la palabra sugiere que proviene de Mexictli, el nombre dado al dios Huitzilopochtli, “el colibrí del sur”, quien guió al pueblo mexica hacia la región lacustre del centro de México. Mexictli se compone de las raíces metl (maguey o agave), xictli (ombligo), y el locativo co, que se traduce como “en el ombligo del maguey”. Esto refleja la importancia mitológica que las culturas prehispánicas atribuían a la planta del agave.

Legado y uso moderno

Cuando los conquistadores españoles llegaron a Mesoamérica a principios del siglo XVI, trajeron consigo su idioma y cultura, lo que condujo al cambio de nombre de muchos lugares y la imposición del cristianismo. El nombre “Ombligo de la Luna” fue desapareciendo gradualmente a medida que “México” se convirtió en el nombre más aceptado para la región.

No obstante, el legado de “Ombligo de la Luna” vive en los corazones y mentes de los mexicanos modernos. Sirve como un recordatorio de las ricas y profundas creencias de sus antepasados y de la fuerte conexión que tenían con el cosmos. Hoy en día, algunas comunidades indígenas y académicos trabajan para revivir y preservar este nombre antiguo como una forma de honrar su patrimonio cultural.

El nombre “Ombligo de la Luna” encapsula el profundo significado espiritual y cultural que la luna tenía para las antiguas civilizaciones mesoamericanas, especialmente los aztecas. Refleja un mundo donde los reinos celestiales y terrenales estaban intrínsecamente conectados, y donde una ciudad podía ser vista como el mismísimo ombligo de la luna. Aunque el nombre ya no esté en uso común, su legado perdura como símbolo de la rica y fascinante historia de México y su conexión con el mundo místico de los antiguos mesoamericanos.

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